Comentario
Se ha hablado de una serie de elementos básicos sin los que no podía concebirse el normal funcionamiento de una ciudad, pero es preciso determinar cuáles eran los que realmente poseían este valor.
El primer componente a considerar es la muralla, puesto que todos los núcleos de población importantes estaban protegidos por una muralla que, por regla general, se adaptaba a las condiciones naturales del terreno. En época imperial, la situación de paz unida a la eclosión urbana provocó que los limites marcados por las murallas fueran rebasados y que, incluso, algunas fueran derribadas para abrir paso a nuevas zonas urbanas. No obstante, muchas fueron mantenidas al ser consideradas como un símbolo de identidad y prestigio urbanos. En cualquier caso, ante la eventualidad de un peligro que amenazase la seguridad del núcleo de población, la muralla era el primer elemento en ser atendido y en los casos en que ésta se hallase destruida o deteriorada, rápidamente se reconstruía o reparaba, para lo cual en ocasiones llegó a desmontarse más de un edificio público.
La mentalidad romana concedía una importancia singular al espacio central de la ciudad, donde se localizaba el forum o plaza pública; considerado a la vez como el corazón y la memoria colectiva de la ciudad. Como prueba de su carácter hegemónico dentro de la distribución de las diversas áreas urbanas, hay que señalar que su emplazamiento presenta una tendencia bastante acusada a concentrarse en el cruce de las calles principales de la ciudad, kardo maximus y decumanus maximus. Su aspecto solía ser el de un gran conjunto monumental, acorde con las múltiples actividades que en su seno se desarrollaban y en el que cada edificio respondía a una función bastante precisa. Su planta, generalmente rectangular, estaba rodeada por pórticos que delimitaban el espacio de la plaza, aislándola del exterior, a la vez que servían para protegerse de las inclemencias del tiempo. El recinto interior estaba dominado por uno o varios templos, cuya fachada principal miraba a la plaza, mientras que en el extremo opuesto o en uno de los laterales de la misma se situaba la basílica, dedicada principalmente a la administración de justicia. Tampoco faltaba la curia, sede del gobierno municipal, así como otros edificios de carácter administrativo, entre los que destacaba el archivo (tabularium). La actividad comercial se desarrollaba en la serie de tabernae que se alineaban a lo largo de los pórticos de la plaza y quedó bastante limitada en este lugar en época imperial a raíz de la introducción del mercado (macellum), edificio de clara finalidad comercial. Todo esto hacía del foro el lugar más frecuentado de la ciudad, convirtiéndose en un marco excelente para la propaganda política, razón por la cual se concentraba en su ámbito la mayor parte de las estatuas honoríficas, se exponían las principales disposiciones legales, se desarrollaban las campañas electorales, o sencillamente, podía utilizarse como lugar de paseo y de conversación.
El número de plazas públicas que podía ofrecer una ciudad estaba en función de su categoría, así como de su cometido dentro del aparato administrativo. Si por ejemplo, la ciudad era capital de provincia, existía un foro de carácter provincial, además de la plaza correspondiente al propio núcleo urbano.Las manifestaciones religiosas no se circunscribían únicamente al ámbito del foro, sino que existían otros templos en consonancia con el nutrido grupo de divinidades que configuraban el panteón romano. Resultado de la conjugación de influencias de otros pueblos que les precedieron, en especial los griegos y etruscos, el templo romano poseía una personalidad propia presidida por el equilibrio y la austeridad, materializados en la simplicidad extraordinaria de su distribución interna. Predominaban las plantas rectangulares dotadas de un vestíbulo de acceso, denominado pronaos, precedido de una escalera, que daba paso a la sala principal en la que se alojaba la divinidad, la celta. La amplia tipología de edificios religiosos fue consecuencia de una larga evolución que alcanzó su punto culminante a comienzos de la época imperial, momento en el que se produjo la mayor variedad de modelos, siendo los más difundidos el templo in antis, es decir, dotado de antas, consistentes en la prolongación de los muros laterales de la cella hacia la fachada cerrando el vestíbulo por los lados; prostilo, con columnas a lo largo de todo el frente, marcando el vestíbulo en tres de sus lados y con un número variable de columnas en su fachada principal, siempre par, siendo los más frecuentes los tetrástilos y hexástilos (cuatro y seis columnas); períptero, rodeado enteramente de columnas por sus cuatro lados y pseudoperíptero, con columnas en la fachada principal, mientras que en los otros tres lados las columnas quedaban adosadas a la cara exterior de los muros de la cella con una clara finalidad decorativa. Un elemento común a la práctica totalidad de templos romanos estaba constituida por el podium, sobre el que se elevaba la construcción religiosa, acentuando en mayor medida su majestuosidad y sensación de dominio espacial.
Conocida la afición de los romanos por los baños públicos no es de extrañar que las termas constituyan otro de los edificios básicos para toda ciudad que pretendiese reflejar una cierta categoría. La existencia de cerca de un millar de edificios termales en la Roma bajoimperial es una muestra de lo extendido de esta costumbre. Su carácter público motivó que en bastantes ocasiones su emplazamiento se hallase cerca del foro y no es raro encontrar grandes propietarios o comerciantes como donantes de conjuntos termales a su ciudad. Las termas compaginaban la sucesión de baños fríos y calientes con el ejercicio y los masajes, además de disponer de espacios de reposo, así como bibliotecas y otras dependencias, en función de la categoría de la ciudad que las albergaba. En cualquier caso, el conjunto termal básico contemplaba un circuito formado por: apodyterium, con función de vestuario; frigidarium, sala grande, unas veces abierta y otras cerrada, que disponía de piscina de agua fría. De allí se pasaba al tepidarium, o sala templada que conducía al caldarium, habitación provista de un sistema de calefacción al igual que el tepidarium, en la que había una o varias piscinas de tamaño variable con agua caliente. Junto al caldarium podía encontrarse el laconicum, una estancia pequeña para tomar baños de vapor. En los conjuntos importantes, este esquema podía completarse con una palestra, para la realización de ejercicios gimnásticos y una piscina natatoria, ambas al aire libre. La utilización de las termas observaba la separación de sexos por lo que existían conjuntos separados, o se determinaban días y horas para hombres y mujeres.
Otro grupo importante estaba representado por los edificios para espectáculos -teatros, anfiteatros y circos- en los que la sociedad romana invertía una buena parte de su tiempo de ocio. Baste señalar que en la capital, Roma, durante el imperio, un tercio de los días del año se dedicaban a juegos y espectáculos.
Este esquema básico que estamos describiendo de forma sucinta quedaría completado con las construcciones destinadas a vivienda de carácter privado que solían agruparse en manzanas (insulae) más o menos regulares y cuyas plantas se ajustan en mayor o menor medida al modelo de casa romana de atrio o de patio central, rodeado por las principales estancias que se disponen a su alrededor.